Del Nuevo Mundo a la mesa: ¿Santa Teresa conoció las patatas?

2434824614290058El diario El Norte de Castilla entrevistaba el 14 de octubre de 2012 al P. Tomás Álvarez, uno de los más prestigiosos investigadores en la obra de la santa de Ávila. Al preguntarle por el papel y el valor de la literatura teresiana en el siglo de Oro, él señalaba, entre otros elementos, lo siguiente:

«Hay un punto que nunca se ha destacado lo suficiente y es que su obra es un testigo como pocos de las primeras relaciones de España con el Nuevo Mundo. Es de las primeras que nos habla de las patatas, de lo ricas que estaban esas patatas que le manda María de San José desde Sevilla. Nos habla del coco, del que dice «bendito sea el que lo creó», le preocupan los viajes allá, la situación de la armada, es un bosquejo social y religioso inexcusable para comprender aquella época».

Efectivamente, al leer las cartas de santa Teresa, llaman la atención las referencias que hace a los productos que llegan de las Indias, la recién descubierta América, y que causaban admiración en ella. María de San José, priora del convento de Sevilla —la ciudad a la que arribaban las naves que comerciaban con el Nuevo Mundo— se los enviaba como regalo. Así leemos:

«…las patatas, que vinieron a un tiempo, que tengo harto mala gana de comer, y muy buenas llegaron (A la M. María de San José, 26 de enero 1577)».

«La suya recibí, y con ella las patatas y el pipote y siete limones. Todo vino muy bueno (A la M. María de San José, 19 de diciembre 1577)».

teresa en la cocinaComo se aprecia, la palabra “patatas” aparece entre los productos que, desde el sur, le hace llegar su amiga carmelita. Pero, ¿se está refiriendo Teresa a lo que hoy conocemos como patatas (o papas –en América y algunos lugares de España)?–. Parece ser que no.

Citamos, a continuación, un estudio de María Isabel Amado Doblas, titulado “La batata de Málaga, fruto de Indias preferido por la Literatura del Siglo de Oro”¹.  En él explica a qué se referían los autores del siglo XVI cuando hablaban de las “patatas”. No están nombrando el tubérculo archiconocido y usado hoy en día en la cocina, sino el boniato o camote, también llamado batata:

«Es imprescindible determinar qué se designaba en los siglos XVI y XVII con el nombre de patata.  Existen, en origen, dos términos distintos para dos realidades bien diferentes: batata y papa.

La batata, nombrada así por los aborígenes de la isla de Haití, es una convolvulácea procedente del Caribe —Colón la trae de vuelta de su primer viaje—, de gran aceptación y pronta aclimatación en la costa sur del Mediterráneo peninsular (batata de Málaga). A diferencia de la papa, la batata tuvo un notable éxito desde el primer momento particularmente por su cualidad de dulce.

Papa es el nombre dado por los indios peruanos a la conocidísima solanácea. Su hallazgo tiene lugar casi cinco décadas después que la batata, a raíz de la conquista del Imperio Inca; es una planta de los Andes y constituía la base de la dieta de los habitantes de esta área. Su introducción en Europa es tardía, no antes del último tercio del siglo XVI y su aceptación casi nula; carece de atractivo culinario, por su insulsez, y de prestigio social. Su uso se inicia muy lentamente en el siglo XVII, como alimento del ganado y sólo desde mediados XVIII aparecen los primeros indicios de su consumo en los modestos recetarios conventuales.

Patata es palabra inventada por los españoles; ninguna de las lenguas de los indios designan producto alguno con este nombre. Quizás pudiera deberse esta creación fonética a la confusión de la consonante bilabial sonora b de batata en la correspondiente sorda p de patata. Aunque siempre el cambio ha sido inverso, es decir, la sorda en la sonora, en este caso al tener semejante lugar y modo de articulación pudo influir la p de papa tras su tardío descubrimiento, a partir de la segunda mitad del XVI.

Pudo influir también en la creación del vocablo lo que de común presentan batata y papa: nacen debajo de la tierra, forma, color, y por la textura de castaña tanto crudas como cocidas. No obstante, la radical diferencia estriba en las calidades gustativas y en el consiguiente uso culinario, amén de las distintas condiciones climáticas, y que medio siglo distan en su descubrimiento por los españoles y casi dos siglos en cuanto a difusión, aprecio y consumo a favor del comestible caribeño.

Es de destacar el curioso fenómeno que sucede con este vocablo que al menos hasta el primer tercio del siglo XVIII designaba la dulce convolvulácea, como se recoge en Autoridades: “patata lo mismo que batata”. Es a partir de la generalización de la papa como alimento humano, mediados del XVIII y a lo largo del XIX cuando el bisecular término patata comienza a abandonar el significado de batata para empezar a aplicarse al fruto que se designaba como papa. La planta antillana recupera su primigenio nombre de batata, en tanto que el de papa queda reducido su uso a los ámbitos populares de Andalucía y Canarias.

Otro argumento a favor de la persistencia del término patata por papa sería de carácter religioso. Al coincidir dos términos homófonos para designar a la máxima jerarquía de la Iglesia católica, y al tubérculo andino, en los ámbitos eclesiásticos debió de propiciarse la utilización del vocablo patata que así pasó al uso popular, y ello, para preservar la dignidad de la suprema figura del Catolicismo.

De otra parte, cabe incluir otro argumento: éste, sociológico. El consumo humano de la papa es la manifestación del fracaso del sistema alimentario tradicional. Es la paupérrima clase campesina quien para mitigar su hambre recurre a la papa, que sólo la consumía el ganado. Come papas, pero se resiste a admitirlo ante sí y ante los demás, por ello para revestir de dignidad la base de su mísero condumio acude al término patata que gozaba de gran prestigio. Como no puede cambiar de alimento, cambia su nombre.

He aquí, pues, las posibles causas que explicarían la nueva y definitiva denominación del tubérculo andino, y así hasta nuestros días. Por último, y como conclusión: el uso de este invento fonético español que designó alternativamente a la convolvulácea o a la solanácea, estuvo ligado en cada uno de los momentos a su aceptación por parte de la mayoría social. Y añadir, que cuando nuestros autores del Siglo de Oro aluden a la patata, se están refiriendo exactamente al sabroso producto antillano y no al insípido de los Andes».

¹ Estudios sobre América, siglos XVI-XX. Actas del Congreso Internacional de Historia de América. Coordinadores Antonio Gutiérrez y Mª Luisa Laviana. Sevilla, 2005, pp. 929-944.


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