El catarro universal

El “catarro universal”, también conocido como “gran catarro” o “catarro general” es considerado por muchos como la primera epidemia de gripe de diseminación global. Se originó a comienzos de agosto de 1580. Un testimonio de la época nos lo describe así:

«…Por principio del mes de agosto sucedió aquel catarro general que corrió por todo el mundo sin escapar de él los que navegaban por la mar y duró tres meses continuos, fue tan grande el golpe y quiebra que recibió la naturaleza humana que falleció en más de la tercera parte de sus fuerzas naturales»[1].

Este “gran catarro” tuvo su origen en Asia, desde donde avanzó hacia Europa, llegando incluso a América. Sus consecuencias fueron devastadoras: «Casi toda Europa fue afectada en seis semanas, y se dice que solo el veinte por ciento de la población escapó de la enfermedad»[2].

Recientemente, un estudio ha apuntado la posibilidad de que no se tratara tanto de una gripe como de una epidemia de tos ferina[3]. La evolución de la enfermedad y el hecho de que se originara en agosto, con una temperatura ambiente elevada, son algunas de las razones que hacen pensar a los autores de este estudio que se trate de un brote de tos ferina.

El mal no respetó clases ni estamentos sociales. De hecho, el propio rey Felipe II y su cuarta esposa, Ana de Austria, se contagiaron. El monarca estuvo a las puertas de la muerte, pero, finalmente, superó la enfermedad. No así doña Ana, que moriría el 26 de octubre de ese año.

Del entorno teresiano, muchos fueron los afectados. Entre otros, fallecieron de este mal María de Jesús (Yepes), Francisco de Salcedo (el “caballero santo”) y la madre de fray Juan de la Cruz, Catalina Álvarez.

La propia Teresa de Jesús contraería el temido catarro mientras estaba en Valladolid, donde había llegado el 8 de agosto: «Llegada a Valladolid, diome una enfermedad tan grande que pensaron muriera» (F, 29, 1). También el epistolario es testigo de este episodio. La Madre escribe así, por mano de su secretaria Ana de San Bartolomé, en carta a María de San José:

«A mí no me han faltado de poca salud después que estoy en Valladolid. Esta ha sido la causa de no la haber escrito. Todavía estoy tan flaca la cabeza que no sé cuándo podré escribir de mi letra; mas la secretaria es tal que podré fiar lo que de mí. Sepa que el mal ha sido tanto que no pensaron que viviera. Ya estoy sin calentura días ha, y no sé para qué me deja Dios sino para ver muertes este año de siervos de Dios, que me es harto tormento […]. Ello ha sido general esta tormenta, y así no hay de qué nos espantar, sino alabar a Dios, que, aunque ha habido hartos trabajos en estos monasterios, no ha muerto ninguna descalza»[4].

El P. Jerónimo Gracián, en sus anotaciones a la biografía de la Madre llevada a cabo por Francisco de Ribera, atribuye a esta enfermedad, acaecida dos años antes de su muerte, el declive de salud de la Madre:

«Desde esta enfermedad que la Madre hubo en Valladolid, quedó tan mudada y flaca, que parecía ya de edad; porque antes della, aunque sus enfermedades eran continuas, tenía tan buen sujeto y semblante, que parecía muy más moza»[5].

___________________

[1] Sánchez Gordillo, Religiosas estaciones que frecuenta la devoción sevillana. Manuscrito en Biblioteca Colombina, Sevilla, h. 1632.

[2]Mariano Barriendos i Vallvé, Francisco Faus Gabandé, Ramón Camaño Puig, «El Gran Catharro de 1580: ¿gripe o pertussis?», en Asclepio: Revista de historia de la medicina y de la ciencia, Vol. 57, Fasc. 2, 2005, p. 47.

[3] Ibid.

[4] Carta a la M. María de San José, en Sevilla, Valladolid, 25 de octubre 1580

[5] ASTIGARRAGA, Juan Luis, ‘Escolias’ del P. Jerónimo Gracián a la ‘Vida’ de Santa Teresa compuesta por el P. Ribera, en  Ephemerides Carmeliticae 1981 32, 2, 408.


Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.