Teresa en la pluma de Ramón J. Sender

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Pedro Paricio Aucejo

La rica personalidad humana de Santa Teresa de Jesús, la densidad de sus relaciones sociales, la relevancia temporal de sus actos, la trascendencia de su espiritualidad, la grandeza de su obra fundadora, la universal influencia de sus escritos, su inextinguible repercusión –siglo tras siglo– en la historia… han hecho de ella una figura propicia para ser novelada por narradores autóctonos y extranjeros, admiradores y detractores, religiosos y no creyentes. En esta serie ininterrumpida de novelistas inspirados por la vida y la obra de la monja castellana se encuentra –a pesar de su peculiar actitud respecto de la religión– el aragonés Ramón J. Sender (1902-1982).

La vocación literaria de este escritor se despertó tempranamente con la colaboración, desde muy joven, en publicaciones periódicas, llegando a lo largo de su vida a redactar más de 2.000 artículos. Terminada la guerra civil, se exilió a Francia, México (donde, entre otros menesteres, fundó y dirigió una editorial) y, en 1948, fijó su residencia en los Estados Unidos, país en el que ejerció como profesor de literatura española y continuó su carrera de escritor. En España recibió varios premios literarios, como el Nacional de Literatura y el Planeta. Hombre de activismo político durante muchos años, su escritura es una manifestación más de su necesidad de acción, por lo que acopió una inmensa obra de monumental extensión. Esta circunstancia le llevó compulsivamente a una pródiga creatividad literaria en la que, además de cultivar la poesía y el teatro, alcanzó una ingente fecundidad narrativa con la práctica del periodismo, el cuento, el ensayo y, sobre todo, la novela. Por su extensísima producción –enriquecida por su variedad temática y de formas– quizá se le pueda considerar el más prolífico de nuestros escritores del siglo XX.

Sender se sintió literariamente atraído por la figura de la Santa de Ávila, a pesar de que en su tarea creativa dejara constancia escrita de su condena a toda fe instituida o encarnada y a cualquier mito, ritual y dogma religioso, sin renunciar por ello a sus íntimos sentimientos de fraternidad universal, libertad y amor, que vivía como meros ideales humanos. Aquella influencia de la reformadora carmelita en su vida se remonta a sus años de bachillerato, en que, con ocasión de la celebración del IV centenario de su nacimiento, se le quedó grabada en su imaginación la personalidad de la mística abulense, despertándosele el deseo de conocer sus escritos. Esta fascinación continuó en el tiempo hasta que, en 1967, cuajó literariamente con la publicación de su obra Tres novelas teresianas. En ella su autor –entreverando lo verosímil y lo verdadero–  despliega los elementos más novelescos presentes en la Vida, referidos a la biografía, la personalidad y el misticismo de la Doctora de la Iglesia, a la vez que mezcla personajes históricos relevantes (Antonio Pérez, duque de Alba, don Juan de Austria, Carlos V…) con referencias y personajes literarios (Lope de Vega, fray Luis de Granada, Erasmo de Rotterdam, don Juan Tenorio, Lazarillo de Tormes…), sirviendo también así de puerta de acceso al conocimiento del Siglo de Oro.

Se trata de tres breves narraciones de tipo histórico –llamadas novelas por Sender–, independientes entre sí, que, si bien narran momentos distintos de la vida de Santa Teresa, al estar dotadas de una consistente unidad, funcionan como estampas o capítulos de un mismo relato. En la primera (La puerta grande) se describen los primeros meses de su noviciado en el convento y su posterior desplazamiento, por orden paterna, a la localidad de Becedas –en cuyo recorrido se encuentra y dialoga con don Quijote y Sancho– para convalecer de una enfermedad. Es un tiempo de dudas, en que la joven reflexiona sobre su vocación, mostrando en sus inicios un espontáneo amor universal que, con el correr de los años, se concretará en su definitivo amor a Cristo.La segunda (La princesa bisoja) presenta a Teresa como priora en el convento de Pastrana, donado por la voluptuosa doña Ana Mendoza de la Cerda, princesa de Éboli, a la sazón retirada allí desde la muerte de su esposo, y con la que mantuvo una variable relación. La tercera (En la misa de Fray Hernando del Castillo), dentro de la peculiar visión que el escritor tiene de la España de los Austrias, presenta a la religiosa descalza asistiendo a una eucaristía en la capilla real, en la que el capellán de la corte –conocedor de la participación de Felipe II en el asesinato del barón de Montigny– predica su sermón con la intención de que el rey sepa que se dirige a él y a sus cómplices allí asistentes.

En definitiva, en esta novela histórica, Sender, al tiempo que –con imaginación creadora– resalta su visión humana y literaria de la Edad Dorada, en concordancia con la posición personal del autor respecto de la religión, muestra su simpatía por el protagonismo de una Santa que, sin menoscabo de su cercanía a Dios, contempla el mundo desde una amplia perspectiva fundamentada en el amor, la fraternidad y la libertad.

 


2 respuestas a “Teresa en la pluma de Ramón J. Sender

  1. Con todos los respetos para este emérito autor, sus novelas teresianas no es que sea su obra más conseguida. Aparte de algunas licencias literarias interesantes, está llena de inexactitudes históricas, a veces parece escribir «de oidas». Y lá última novela es un disparte total, llena de todos los clichés maniqueos contra Felipe II. Pero que cada uno juzgue…

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